Tuesday, March 31, 2009

Composición - Tema: las hadas

(A partir de un texto de Conrado Nalé Roxlo).

Las hadas tienen orígenes muy diferentes. Pueden nacer del huevo azul que ponen las golondrinas cuando en la alta y oscura noche se rozan sus alas con las del Ángel de la Guarda; del agua de una fuente que haya oído cantar a los niños la misma ronda durante cien años; del séptimo color de un arcoiris nacido un siete de octubre; etc.

Sin embargo, algo tienen en común, y es esa maldita costumbre de hablar todo con i, producto de una mentalidad sumamente prejuiciosa, sumada a cierta dosis de sinestesia.

Cualquiera sea su origen o su destino, su especialidad o su condición social, todas, absolutamente todas coincidirán en esa absurda preferencia por la letra i, discriminando así a las demás cuatro vocales:

La A por vanidosa.

La O por pesimista.

La E por aburrida.

La U porque a veces puede llegar a sonar un tanto ambigua.

Así son las hadas, extremistas hasta el hartazgo. Resulta bochornoso cuando afirman que li mintiri tiini pitis quirtis. Es insultante a los oídos oírles entonar istimis invitidis i timir il tiiiiiiiiiiii, con esas vocecitas tan chillonas que las caracteriza.

Definitivamente, si algo hay que no soporto son las hadas. Por eso, cuando veo una a horcajadas sobre una flor o sentada en la mesada de mi cocina, me apuro a quitarme el zapato y me aseguro de que quede bien, bien aplastada antes de que alcance a pronunciar su típico y repugnante hili, ¿quími ti vi?.

Wednesday, March 18, 2009

Mis fantasmas y yo

(Dedicado a todos mis fantasmas queridos).



Ellos nunca se van, ellos sólo andan en círculo, y a veces juegan a esconderse. Ella (o sea yo) se hace la sorprendida, los busca y los llama por un buen rato.

Luego se dispone a disfrutar de su soledad, sabiendo que en cualquier momento volverán, vencidos por la nostalgia o tal vez tan sólo por la rutina, esa inercia terrible que los condena a volver una y otra vez.

Mientras tanto inventa (invento), ama, ríe, sangra, llora un poco. De vez en cuando conoce a algún que otro fantasma nuevo, aunque bien sabe (sé) que los fantasmas nuevos no son sino viejos fantasmas disfrazados.

Se distrae (me distraigo), silba un ratito y allí están, otra vez, golpeándole la puerta; alguna de las tantas puertas de esta calesita incansable que es su existencia (nuestra existencia).

Algunos son gratas presencias, otros no tanto. Algunos llegan con una botella de buen vino bajo el brazo; otros con un pan lleno de moho que le quieren hacer tragar.

Algunos traen un mi de guitarra, y rápidamente improvisan una melodía antigua, tan alegre como desconcertante.

Otros llegan para anunciar un negro porvenir.

Ella (o sea yo) les abre de memoria, recordando las palabras que aun quedan por decir. Sin embargo se sorprende (juego a sorprenderme) porque ya no hay nada más que hacer.

Una a una las copas se van llenando, las sonrisas se van dibujando, los abrazos se van repitiendo.

Uno a uno los pasos se van dando, y ella (o sea yo) se aleja silbando en círculo, siempre en círculo.

Tuesday, March 10, 2009

El último cigarrillo

("Ele me deu um beijo na boca e me disse:
A vida é oca como a touca
De um bebê sem cabeça" - Caetano Veloso)




En algún momento mirás para atrás y te ves, una persona en solitario dando vueltas en círculo, caminando en vano por una película en blanco y negro, al son de un mi eterno y desafinado, aunque te da la impresión de que lo mismo habría dado si hubiese sido por ejemplo un do.

Te ves a vos mismo murmurando algo, tal vez hablando solo, pero no se escucha nada. Casi no te reconocés, si hasta parece que se tratara de otra persona, pero sos vos.

Te ves encendiendo un cigarrillo, te ves mirándolo como si quisieras decirle algo, pero no. Algo te lo impide, tal vez todavía un resto de lucidez te hace saber que no te va a escuchar; tal vez la sola certeza de que nada ni nadie te saca de allí, de que ya sos hombre muerto.

Otra pitada lenta, ahora con un vaso en la mano; no se ve muy bien de qué.

[...]

Ahora un tipo entra a tu cuarto, un tipo alto y de manos grandes; vos creés conocerlo pero no sabés muy bien de dónde.

El tipo entra y te dice algo, vos te das cuenta por cómo mueve los labios, pero no sabés qué, porque lo único que se escucha es ese mi constante, que por momentos patina un poco, y por momentos te perfora los tímpanos. El tipo te habla gesticulando poco, y a pesar del blanco y negro se ve nítidamente cómo le brillan los ojos.

La cámara no te muestra a vos, sin embargo sabés que seguís allí. Le brillan los ojos, le brillan demasiado los ojos, y además tiene una sonrisa cínica. Y vos seguís allí.

[...]

Un par de botas oscuras, un poco sucias tal vez, número 45 sobre el suelo de madera (la cámara no lo dice, claro, pero vos sabés que son 45). Después la cámara sube, y ves cómo el tipo te besa en la boca. Se te ve borroso, pero se nota que sos vos por la forma de la cara, y por el pelo. Detrás de él hay una puerta entreabierta, y aunque no se ve nada, adivinás que hay gente detrás.

Se ve un ropero, unas fotos en la pared, una máquina Singer. El tipo te acaricia la entrepierna, vos le respondés con otro beso. No se ve cómo las lenguas juegan, en un coqueteo de serpientes. Hay tantas cosas que no se ven.

Vos esbozás una sonrisa, que te parece un poco forzada. La cámara nunca muestra la infinita tristeza que emerge de tus ojos, que están como apagados, como distantes.

[...]

Y aquí, en el sudoeste de tu vida apagás el último cigarrillo, mientras con la mano buscás el control remoto para apagar también esta mierda. Entonces alguien te acaricia la entrepierna.

Años

Con los años hay cosas que a uno le van empezando a molestar como por ejemplo eso de que cuando lo busco él nunca está y en cambio cuando aparece es mejor que no hubiera aparecido porque me empieza a decir "vez?" "vez?" como si yo no lo hubiera vizto pero claro que lo veo y yo no le digo nada pero me encantaría que me lo dijera con s y lo peor es que él lo zabe pero ziempre vuelve a hacer lo mizmo aunque lo que más más me molesta es cuando viene a resfregarme por la cara toda su estupidez como si yo fuera la culpable de que él sea tan estúpido a veces o como si no se diera cuenta de que yo ya tengo suficiente con mi propia estupidez que todavía tengo que hacerme cargo de la ajena.

De manzanas

Él ve la manzana enfrente suyo, roja, verde, reluciente. Se la lleva a la boca, y mientras la mastica piensa “Mmmm... el fruto prohibido!”. La deglute, la lame, se seca con la manga de la camisa el jugo que le chorrea por la comisura de los labios. Luego tira hacia atrás lo que resta de ella (un palito en el que apenas quedan algunas semillas) y, antes de que alguien alcance a recriminarle por tan desvergonzado acto, él dice “si lo tiro a la basura no va a crecer ningún árbol. Además las manzanas son biodegradables”.

Más tarde mirará hacia arriba y sentirá cierto remordimiento por lo que acaba de hacer, pero no se lo dirá a nadie. Por el contrario, se mostrará orgulloso de su valentía, dirá que el bien, que el mal y que los hombres, alzando un poco la voz para que nadie dude de su entereza. Por la noche llorará algunas lágrimas sin que nadie lo vea, encenderá un cigarrillo y se olvidará del asunto.

Ella ve la manzana enfrente suyo, roja, verde, etcétera. Piensa “Oh! El fruto prohibido!” y se da media vuelta como si no la hubiese visto. Se comportará de una manera extraña durante cuatro o cinco días, hablará poco y se mostrará olvidadiza. Más tarde comentará el asunto con todo aquél que se le cruce, se perderá en discusiones interminables acerca del bien y del mal, de Dios, de la manzana.

De pronto llegará a la conclusión de que el pecado imperdonable sería no probarla, y así es como se armará de fuerzas e irá corriendo hacia ella.

La tomará en sus manos, la observará durante algunos segundos y se la llevará a la boca. La comerá largamente, despacio, tratando de guardar en su memoria cada partícula de sabor. Luego plantará las semillas en algún rinconcito del jardín, y se irá a dormir, agotada pero con una sonrisa en los labios.

Mirada

Habrá que luchar,
llorar, amar,
gritar,
odiar si es necesario
hasta devolverle a esa mirada
la sonrisa que una vez supo tener.

Entonces

Entonces preferís callarte, como si el silencio que guardás te otorgara alguna libertad que desconozco, como si las palabras te ataran a algo de lo que el silencio te pudiera salvar, pero vos y yo sabemos que el silencio –este tabú que acabás de delinear, delimitar, definir entre estas cuatro paredes y que ya casi se ha convertido en un pichoncito de ave al que ahora acariciás lentamente- sólo logrará sumirnos en esa masa cada vez más espesa que es la incomprensión.
La incomprensión fingida, porque lo peor es que lo entendemos y muy bien mientras jugamos a que no porque admitir que lo entendemos sería ya demasiado triste y tal vez hasta un poco vergonzoso, madeja de relaciones pasadas y situaciones futuras pero sabidas enredadas en falsos nudos en los que hasta las asimetrías están milimétricamente calculadas de antemano.
Cómo decirte que no ante esto que ninguno de los dos sabe nombrar a fuerza ya de tabú pero que ambos conocemos bien, cómo no decirte gracias por evitar la catástrofe que por lo demás no sería la última ni la primera sino apenas una más del montón, cómo no maldecirte un poquito por ser incapaz de nombrarla haciendo que la simple idea parezca una locura, aunque sepamos que es tan real como vos y yo, o incluso más.
Cómo no putear una vez más al destino aunque sepamos que el destino no existe pero a alguien hay que putear, cómo no dejarte ir con un beso en la frente como el que acaso me diste a mí alguna vez aunque registro de esto no haya quedado.