Saturday, November 10, 2007

En el Edén

Desde que Caín mató a Abel, ya nada sería lo mismo. El Edén, que había sido hasta ese entonces un jardín diáfano y luminoso, tenía ahora ciertos sectores de sombra en los que ni siquiera Dios podía ver con claridad qué era lo que había ocurrido, y Caín, que había sabido ser un hombre simple y de risa fácil, llevaba ahora el ceño fruncido.

Nadie conoció nunca los motivos por los cuales tuvo Caín que matar a su hermano; Caín nunca quiso hablar de ello, tal vez por haber sido el único sobreviviente en esa historia de a dos. Abel, claro está, nunca habló de ello por haber estado muerto, aunque tampoco sabemos con certeza qué hubiese dicho en caso de haber quedado vivo.

Sus padres seguirían siendo los míticos Adán y Eva que ya todos conocíamos, pero sus rostros reflejaban ahora una tristeza nunca antes vista en el Edén. Sospecharían ellos las razones de la discordia entre sus dos hijos? Seguramente sí, pero prefirieron callar, y cuidar de su Caín, que era lo único que les quedaba.

Continuaron sucediéndose los años en el Edén. Continuaron sucediéndose sus vidas, cada uno con su pequeño pecado, con su pequeño silencio. Cada uno con su pequeño sector de sombras en algún rincón del alma.

Con los años fueron multiplicándose los hombres en el Edén. Y con los hombres, las sombras.

Hoy ya poco queda de aquel jardín diáfano y luminoso. Hoy la sombra lo cubre casi todo.

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